Periodismo narrativo en Latinoamérica

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Zumbidos en la noche

Encontrar la manera de dormir cuando estás rodeado por decenas de mosquitos tropicales en una habitación sin ventilador -algo ahuyentan- es complicado. Una solución podría ser dejar la mente en blanco, intentar olvidar que estás siendo vampirizado y concentrarte en el sueño en vez de en las picaduras. Pero seamos realistas, para un occidental acostumbrado a insectos mucho menos insistentes es una tarea difícil. Más aún si el lugar donde estás durmiendo se encuentra junto a un río. Allí es donde ponen sus huevos. Como consecuencia, ni la violencia sirve: por cada mosquito muerto volverán dos más con ganas de guerra.

En esas me hallo, a orillas del pacífico, en la aislada localidad nicaragüense de El Ostional. Salvador, mi anfitrión, ha dispuesto muy amablemente su oficina como improvisada habitación para pasar la noche. Me avisa:

-¿Quieres una red para los mosquitos?

Rehuso la propuesta. Nunca he sido muy amigo de esos utensilios. Además, tampoco había dónde colgarlo. Craso error: a los treinta minutos, cuando él ya se había ido, acepto que no iba a dormir mucho esa noche. Llega un momento en que se pierde la noción del tiempo. No sabes si has estado tirado en el colchón durante una hora o tres. La melodía de la noche es constante: un remanso de paz adornado con la bella orquesta de las olas rompiendo contra la arena. Sería idílico de no ser por el otro sonido nocturno, un incesante ZZZZZZZ.

-ZZZZZZZZZZZZZZZZ                        ZZZZZZZZZZZZZZZZ

-ZZZZZZZZZZZZZZZ             ZZZZ    ZZZZZZZZZZZZZZZZ

-Todo tranquilo, ya se han id… ¡PERO NO! ZZZZZZZZZZZZZZZ        ZZZZZZ   ZZZZZZZZZ

El ruido de los zancudos, los enormes mosquitos de Nicaragua, pasa cada pocos segundos por los oídos. ZZZZZZZZ ZZZZZZ Algunas veces pasan más lejos, otras más cerca. Cuando eso sucede, se pueden incluso sentir las diminutas ondas de aire despedidas por sus alas.

De repente, empieza a picar la espalda. Mierda. Me había dado la vuelta unos segundos antes y la sábana había dejado al descubierto esa parte. Vuelvo a ponerla en su sitio. Sin embargo, ni eso funciona en muchas ocasiones: algunos mosquitos intrépidos pueden atravesar las sábanas y hacer un verdadero estropicio a través de ellas. Me pican las muñecas, algo muy desagradable, pero intento no pensar en el escozor.

Me levanto y me pongo la sudadera. Quizá sea lo mejor para que no me piquen en el brazo. No van a poder atravesar su grosura. Efectivamente, no pueden. Pero estoy durmiendo en el trópico y, aunque es bien conocida la capacidad del mar para suavizar las temperaturas, el sudor de mi frente y la sensación de ahogo me obligan a cambiar parte del plan: me quito la camiseta interior y dejo la sudadera puesta. El calor desciende, parece que las cosas mejoran.

Pienso en taparme mejor. Con mucho trabajo, consigo que sólo me quede al descubierto una pequeña parte de la cara, lo necesario para respirar y evitar una desgracia en mi afán por librarme de los zancudos. Pero mi plan tiene un fallo: ha quedado al descubierto una parte de la cara. Los mosquitos no son muy dados a picarte en el rostro, pero no les queda más remedio en esta ocasión. Y ejecutan a la perfección su plan. Un mosquito espía, silencioso, me pica en la cara a traición… incluso en el borde del labio. Cuando te muerden en esa lugar tan sensible, puedes sentir cómo crece el bulto alérgico poco a poco. Lo bueno es que no pueden picar más ahí. Lo malo es que tu cara parece un volcán en erupción.

Se hace de día y pienso que no he dormido más que una hora y media, como mucho, de manera intermitente. Eso sí, el espectáculo ante mis ojos, un precioso amanecer en primera línea de la playa de El Ostional, no tiene parangón. La noche ha merecido la pena con semejante alba. Eso sí, la próxima vez encontraré como sea la manera de colgar el mosquitero y, aunque se filtre menos brisa, recordaré que mis amigos los zancudos están esperando impacientes tras la red.

A las tres en las Victorias

Miraba entre la multitud cuando me crucé con el cincuentenario rostro de Manuel Matus. Él también tenía sus oscuros y atentos ojos puestos sobre mí. Era alto, robusto y destacaba por su edad entre los miles de jóvenes congregados en la Plaza de las Victorias de Managua para celebrar el triunfo electoral del líder revolucionario Daniel Ortega. Le vi hacerse paso entre la muchedumbre: se estaba acercando hacia mi. Yo estaba en un lugar más alejado y no tan lleno de gente. Supuse que había descubierto mi profesión, algo no muy difícil habida cuenta de la cámara atada a mi espalda y la libreta de notas sostenida en mi mano. Cuando le tuve a pocos metros pude ver una cara desfigurada por varias quemaduras y su profunda mirada cada vez más próxima.

-«Me torturaron los somocistas», dijo, sin yo haberle preguntado.

Me desveló entonces por qué estaba allí. Quería celebrar un nuevo triunfo de la Revolución. No era el primer baño de multitudes para Manuel Matus: fue uno de los guerrilleros presentes en el desfile del 19 de Julio de 1979, día del triunfo contra el dictador Anastasio Somoza Debayle. Tres décadas no habían mermado el entusiasmo de entonces. Había recorrido 200 kilómetros desde Juigalpa, en el interior del país, para celebrar una nueva victoria sandinista.

Hablaba tranquilo y despacio, procurando mi atención. Me dijo que fue un ‘cachorro’ de la revolución y sirvió tanto en la Insurrección como en la posterior Guerra Civil entre los sandinistas y la guerrilla contrarrevolucionaria financiada por el presidente norteamericano Ronald Reagan. Una década de guerra es mucho tiempo para este veterano:

-«Nos matamos entre nosotros», lamentó, casi con los ojos bañados en lágrimas.

Tuvo tiempo, antes de volver junto a su sobrino, para confiarme una crítica hacia el Frente Sandinista. Aunque celebraba el triunfo de Ortega, no estaba totalmente de acuerdo con su gestión:

-«Yo quiero un socialismo auténtico, y no este capitalismo impuesto, pero tenemos que jugar con sus reglas. Incluso el comandante lo hace y eso es lo que yo le recrimino», me confió.

Estuvimos hablando de las elecciones durante unos minutos. Después, se despidió de mí con un sincero apretón de manos. Pude sentir entonces las quemaduras en su palma: las secuelas de la guerra no se habían limitado a su rostro. Manuel Matus volvió entonces a confundirse entre la multitud y las sombras.

Había salido del Hotel Intercontinental sobre las tres de la mañana. Los escasos 100 metros de distancia entre ese lugar y la Plaza de las Victorias separaban la decepción y la rabia de la oposición, reunida en el lujoso hospedaje, y la algarabía de cientos de jóvenes todavía celebrando el triunfo del ‘compañero presidente’.

El olor a pólvora de los morteros se mezclaba con un fuerte aroma a cerveza y los acordes de las canciones revolucionarias provenientes de varios altavoces diseminados por el lugar. No sólo los oficiales: también había varias discotecas móviles improvisadas. Una simple camioneta sirve. Se le añaden cuatro parlantes, un reproductor en el interior y la fiesta puede comenzar.

Las banderas rojinegras regaban toda la plaza. Por cierto, esta tiene tres nombres, dependiendo de la ideología política de quien se refiera a ella: de las Victorias para los sandinistas, del Fraude para la oposición y del Hilton para quienes no quieren mojarse; De un lado a otro ondeaban los pendones, entre vítores y cánticos. En plena fiesta, decenas de niños se afanaban en recoger las miles de latas de cerveza vacías desperdigadas por el suelo. Al día siguiente las venderían en el mercado o la chatarrera para ganarse unos pesos. Es el drama de un país que ha visto desfilar a cuatro presidentes en 21 años de democracia y aún mantiene a la mitad de sus habitantes en situación de pobreza.

La mayoría de personas congregadas seguramente veían a Ortega como la solución a ese problema. Casi todos portaban la singular camiseta del Frente Sandinista, repartida a discreción durante los meses anteriores: blanca, con una enseña ‘hippie’ y la leyenda «Daniel 2011, Amor, Paz y Vida». Hablé con ellos. Algunos llevaban alguna cerveza de más y querían hacer ellos las preguntas:

-¿Qué le parece el triunfo de Daniel, español?- me decían, haciendo el símbolo de la victoria con los dedos, tradicional saludo del sandinismo al coincidir con el número de casilla del Frente en las boletas electorales, el dos.

Al final de la plaza había un escenario, ya apagado. Una ligera lluvia se había hecho presente y se acabó el concierto. Pero la gente no se fue. Muchos reposaban sobre los bordillos de la carretera, cortada a marchas forzadas unas seis horas antes. Un acento europeo desveló a varios españoles unidos a la fiesta sandinista. Esa era sólo la primera jornada de celebración: la fiesta no pararía en los dos días siguientes.

Una larga noche en el Inter

La tensión cortaba el ambiente cuando entré en el hotel Intercontinental de Managua, la noche de las elecciones nicaragüenses. Era el lugar elegido como base por el Partido Liberal Independiente del derechista Fabio Gadea. Por el camino en automóvil había pasado incontables autobuses que transportaban los votos hacia el centro de cómputo del Estadio Nacional, lugar de mi partida. Muchos de ellos iban acompañados por camionetas repletas de seguidores del Frente Sandinista, el partido del revolucionario Daniel Ortega, rival de Gadea. Entre banderas rojinegras, cantos y vítores seguían a los vehículos, anticipando el resultado de las votaciones.

La noche era fresca, al contrario que en los días anteriores, perfecta para una gran celebración. Pero en el Inter no estaban para celebraciones. Como si ya se esperasen el resultado electoral,  me encontré con decenas de caras largas. Sentado en un sillón, al fondo de un pasillo, estaba Fabio Gadea, el octogenario candidato a la presidencia, precursor de la radio en Centroamérica con ‘su’ emisora Radio Corporación. Su rostro era de preocupación. Imposible ver sus ojos, siempre ocultos tras los cristales de unas gafas de aumento donde se reflejaban las luces de recinto. Buscaba refugio en sus nietas, sentadas a su regazo en una bonita estampa familiar. Su abuelo, sin embargo, estaba absorto en sus pensamientos. Luego me contarían que había pasado los minutos anteriores dando vueltas y repitiendo: «Nos han robado, nos han robado».

Hacía frío. Alguien había subido el nivel del aire acondicionado más de la cuenta, quizá para aliviar el acaloramiento producido por la espera. En otra esquina estaba Edmundo Jarquín, disidente sandinista y candidato a la vicepresidencia por el partido de Gadea. El feo, como le apodan amistosamente, estaba manteniendo una conversación nerviosa con tres de sus colaboradores. Había otros corrillos en la sala, discutiendo aspectos de las elecciones. Decidí dirigirme hacia el salón de ceremonias, una gran estancia del Inter cubierto por una bonita alfombra de tonos rojos y amarillos. Un lujo visto en pocos lugares de Nicaragua. Unas 30 personas cenaban allí, con gesto también nervioso y preocupado. Reconocí algunas caras cercanas a las agrupaciones de la compleja alianza entre disidentes del sandinismo y los liberales del ex presidente Alemán, otrora caudillo de la derecha y ahora caído en desgracia por un supuesto pacto con Ortega.

En la sala de prensa, un cuarto con una mesa de madera alargada que debía ser utilizado como sala de convenciones, me encontré con algunos de mis compañeros. Allí revelé un secreto: me había enterado, por un susurro de la Jefa de Prensa del Estadio Nacional, del resultado de las elecciones. No les iba a gustar, no les gustó y no lo compraron: Ortega se iba imponiendo con un 66% en detrimento del 30% alcanzado por Gadea. «En Estelí me acaban de decir que vamos ganando», dijo alguien. Poco tardó en demostrarse que Fabio tampoco ganaría allí: los resultados de esa ciudad fueron los primeros en aparecer y mostraban una clara derrota.

Una hora antes de que Roberto Rivas, el presidente del Consejo Supremo Electoral, diese los resultados preeliminares, la Plaza de las Victorias (o del Fraude, o del Hilton, según sea la ideología política de quien lo mente, pero Plaza de las Victorias aquella noche), situada a escasos 50 metros del Inter, ya estaba a reventar de gente celebrando el triunfo de Ortega. La tensa espera de los dirigentes de la oposición se recrudeció al escuchar los vítores sandinistas por la ventana.

Estábamos discutiendo sobre alguna trivialidad cuando sonó el himno de Nicaragua por televisión: se iban a anunciar los resultados. 66% a 29% con un 6% escrutado de los votos. El susurro que había captado se equivocó por una décima en el resultado de Gadea. Roberto Rivas seguía repasando los resultados departamento por departamento, en una alocución de unos 20 minutos. Nadie se movió de allí en ese tiempo. La mayoría miraban hacia el suelo, otros hacia el techo. No se escuchaba ni un susurro, al menos en el salón de ceremonias. Los brazos estaban bajos: el resultado era un varapalo tremendo. Ortega tendría mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Podría gobernar sin contar con ellos. En el salón de las caras largas no estaba, sin embargo, ninguno de los altos cargos. Decidieron verlo en otra estancia, alejados de la militancia de su partido.

A los pocos minutos de la emisión, apareció Eliseo Núñez, el fornido portavoz de la Alianza Pli, para insuflar ánimos a sus correligionarios: «Nos han robado descaradamente y no vamos a aceptar los resultados hasta que no se cuente el último voto» dijo a una audiencia que transformó las caras de desilusión en gestoss de rabia. Muchos debieron acabar con los labios marcados por los dientes superiores. Los vítores retumbaban en toda la sala a cada palabra de Eliseo. «Contamos con un recuento paralelo de nuestros fiscales que nos da un empate técnico con Ortega», dijo.

Habría que esperar dos horas más hasta el segundo informe de Rivas. La mayoría de cargos de la Alianza había abandonado el hotel. Sólo quedaba una decena de personas además de los medios. Seguía haciendo frío, mucho frío. Como muchos habían abandonado ya el lugar, la gélida sensación aumentó. Muchos de los periodistas estaban desparramados en los sillones del hotel, algunos profundamente dormidos, cuando volvió a escucharse el himno nacional. 65% a 30% con el 38% escrutado. Poco había cambiado el resultado. De nuevo las caras largas. De nuevo Eliseo a insuflar ánimos. Pero esta vez su discurso no fue tan convincente. Muchos echaron de menos entonces a los líderes de la alianza. No darían la cara hasta el día siguiente.

Dejé el Inter hacia las tres de la mañana. Allí no quedaba ni el apuntador. Los últimos cámaras recogían sus equipos. Decidí dirigirme entonces hacia la Plaza de las Victorias. Allí, por supuesto, no había caras largas.

La pantomima del Estadio

Pantomima2. f. Comedia, farsa, acción de fingir algo que no se siente.

Los resultados de las elecciones de Nicaragua llegaron a mis oídos hora y media antes de que el CSE emitiese su primer informe. Eran tan arrasadores que pocos me creyeron. Ni yo mismo lo hice. Escuché un susurro de la jefa de Prensa del Estadio Nacional, donde se realizaba el recuento: «vamos 66 a 30 y creemos que se mantendrá la tendencia», dijo la pequeña y fornida señora a su interlocutor telefónico. En el twit que puse sobre las nueve de la noche no me atreví a escribir una cifra en aquellos momentos alejada de cualquier estimación previa. Creí haber oído mal y dejé 56. El otro dato lo mandé en varios SMS: amigos míos todavía lo conservan.

Mi hora y media de estancia en el Dennis Martínez fue una de las pantomimas más grandes a las que nunca he asistido. Había decidido ir por el antecedente de las elecciones municipales de 2008: el fraude denunciado por la oposición habría tenido su epicentro allí por el deficiente conteo de votos. Aquella calurosa noche de cielo despejado, una de esas con aroma histórico en el ambiente, tuve que pasar hasta ocho controles de Policía para darme cuenta de que no podría llegar hasta el parking del Estadio y me tocaba estacionar en una de las calles aledañas. Aunque en otro día hubiese tenido mis reticencias -el Bóer no es el barrio más seguro de Managua- el gran despliegue policial me convenció de que dejar el coche allí era seguro. Un joven agente con dientes de oro lo custodiaría.

Poco tardé, una vez entré al recinto, en tener la certeza de la recepción de periodistas era un ‘show’, un ‘Parque Jurásico’ donde no íbamos a tener acceso a nada. Primero, sentados en las vetustas gradas de color azul viendo como, de manera militarizada y a veces con muy malas formas, los organizadores del recuento llamaban a los miembros de las Juntas Receptoras de Votos. «Vamos, vamos, vamos, presidenta, presidenta, presidenta, apure, apure»: parecía más un alistamiento que un acto cívico. Eso sí, los periodistas tras una verja de malla. Pareciera como si en pocos segundos fuese a llegar el Tiranosaurio para acabar con todos.

Iluso de mí, esperaba poder entrar en alguna sala de recuento o hablar con los fiscales para preguntar cómo estaba funcionando el proceso: nada de ello ocurrió. De las gradas pasamos a una improvisada sala de prensa, en uno de los salones de la fama del Estadio Nacional. Las encargadas de nuestra custodia pusieron mucho celo en evitar perder de vista a alguno de nosotros. Desde la puerta de cristal podía ver una sala de resultados entrabierta donde decenas de personas movían papeles de un lado a otro. Poco más se podía sacar en claro.

Allí encerrado, entre los nombres de los mejores deportistas nicaragüenses de todos los tiempos, llegué a una rápida conclusión: debía abandonar el edificio lo antes posible. Pocas veces me habían hecho perder más el tiempo. Incluso nos habían preparado un piscolabis bastante digno. De algo había servido el viaje, al fin y al cabo: Comí un poco, anticipando la larga jornada todavía por delante. Entre el sandwich y la Coca Cola, pegando algo de oreja, escuché los susurros de la jefa de prensa.

No pude divulgarlos por twitter hasta salir del recinto: habían bloqueado internet mediante algún dispositivo de interferencias. Ni con Yota me pude conectar. Lo hice en cuanto llegué a mi coche, todavía custodiado por el joven agente de los dientes de oro. Puse la directa hacia el Inter Metrocentro, donde Fabio Gadea se estaba preparando para recibir la noticia de su derrota. Por el camino pude ver cómo los autobuses que transportaban a los miembros de las Juntas Receptoras de Voto eran acompañados por camionetas repletas de personas con banderas rojinegras, entre gritos y vítores, celebrando ya el seguro triunfo de Daniel Ortega.


Talento de entrevistado

Tras dos meses de espera, varias demoras, una operación de vesícula y una agradable lluvia desprovisto de paraguas, tuve la oportunidad de entrevistar a Laura Chinchilla, la presidenta de Costa Rica. Me encontré a una mujer con las ideas muy claras y mucha habilidad para comunicarlas. Es lo que yo llamo talento de entrevistado. En mi todavía escasa experiencia, me he encontrado dos grandes tipos de políticos: los que dan veinte rodeos para contarte algo que podrían haber explicado en dos frases y aquellos que comunican sus ideas sin más disfraz. Laura Chinchilla es de los segundos.

Tuve unos escasos 30 minutos para realizar la entrevista. Había preparado, como suelo hacer, 15 preguntas inexcusables y otras 10 a cuestionar dependiendo el tiempo disponible. No sólo se las hice todas, sino que tuve que improvisar alguna más al sobrar un poco de tiempo. Sólo intervine un par de veces para cambiar la dirección de alguna respuesta que se estaba yendo demasiado de enfoque, y otras tantas para inquirir más sobre una pregunta en concreto. Por lo demás, la presidenta se ciñó a los enunciados y no vaciló en responder alguna  pregunta de cabroncete. Nunca se sale de una entrevista totalmente satisfecho. Uno piensa que podría haber indagado más. Esta vez no fue una excepción pero, dado el tiempo que tenía y su naturaleza, en clave de mujer, salí mucho más conforme que en otras ocasiones.

Tampoco tuvo problema en posar para la fotógrafa Camille Zurcher (excelente, por cierto) algo que sus secretarios no nos habían podido asegurar. Suele ocurrir: muchos de ellos temen incomodar al jefe pero, cuando uno se lo termina pidiendo en persona de forma educada, muy pocos se niegan.

Que su marido sea de Granada, España, contibuyó también a crear un buen ambiente. Como buen granaíno, me encanta comprobar la inmediata sonrisa reflejada en los rostros de quien ha estado en mi ciudad y evoca sus callejuelas y rincones. Suele ser un gesto sincero. También así me pareció ver reaccionar a Laura Chinchilla.

La entrevista será publicada próximamente en la revista Yo Dona, distribuida los sábados junto al diario El Mundo. Espero que os guste.

El vídeo que no pudo publicarse

Hace dos semanas me desplacé a Costa Rica para entrevistar a Chito, conocido como el ‘Tarzán Tico’, un peculiar personaje: tenía un cocodrilo como mejor amigo. Me llevé un grato recuerdo de él y su esposa Olga. Me atendieron en cuanto pudieron e intercambiamos buenas conversaciones.

El reportaje sobre los dos amigos iba a salir publicado en Crónica. No pudo ser: Pocho murió a los pocos días. Fui, junto al programa de Univisión ‘Primer Impacto’, el último en tener la oportunidad de entrevistar a Chito antes de la muerte de su compañero. Cuando yo llegué al lugar, el cocodrilo apenas se movía. Chito dijo que la razón era el periodo de celo, pero lamentablemente ignoraba que el cocodrilo estaba grave. Por lo que sé, no lo está pasando nada bien. En su memoria quedarán los grandes momentos pasados junto a su amigo lagarto.

Finalmente publiqué la historia en El Mundo América. Tuve, claro está, que cambiar el texto y el vídeo. En homenaje a Chito y a Pocho, he decidido publicar en el blog la idea inicial del vídeo. La historia de una bonita amistad.

Pocos mejor que ninguno

Contrariamente a lo que informaron las mayores agencias internacionales, en Nicaragua sí se dio una manifestación el sábado 15 de octubre, respondiendo al llamado indignado global. Fue pequeña, de unas treinta personas, sin grandes pretensiones, ninguna más de las que tiene el movimiento a nivel global. Se cantaron consignas como «El sistema no resuelve, el sistema no funciona» o «democracia real ¡Ya!». Uno de los grupos más numerosos fue español.

La cita tuvo lugar en la Plaza del Hilton Princess, lugar tradicional de reunión del FSLN. Poco antes de finalizar la marcha apareció un grupo de la Juventud Sandinista 19 de Julio, para continuar la campaña por la reelección del presidente Daniel Ortega. A pesar de que se les ofreció participar en la protesta, no quisieron unirse a ella. Eso sí, su comportamiento fue correcto y no comenzaron su actividad hasta que los manifestantes por el cambio global se dispersaron.

Personalmente, fue un honor participar en la marcha para ejercer mi sagrado derecho a la indignación. Para decir bien alto que este sistema corrupto no funciona… salvo para los que mueven sus hilos.

Los indignados de Nicaragua

Elaboré un vídeo, con fotografías propias, sobre ‘Los Encachimbados’ de Nicaragua. Protestan en las calles contra los líderes que se presentarán a las próximas elecciones presidenciales. Mi intención fue la de dar a conocer su historia de una manera diferente, no con una simple nota de prensa, explotando la creatividad sin perder la objetividad. Espero que os guste.

La casa (de huéspedes) de los horrores

Está en Bluefields, Costa Caribe nicaragüense. Nada más llegar a puerto desde El Rama. A mano derecha, entre un pequeño cafetín y un puesto de fruta, hay una entrada angosta con el suelo de barro y olor a agua podrida. Da inicio a un estrecho corredor por donde es posible avanzar abriéndose paso entre láminas de zinc desbaratadas. Al fondo se vislumbran unas verjas oscuras. Hay alguien viendo la televisión tras ellas. Está de espaldas a nosotros, tirado sobre una hamaca, con el mando a distancia apuntando a un pequeño televisor colgado del techo. Llamamos:

– Hola, ¿Tienen habitaciones?

– Sí- dice una voz desde la hamaca. Es femenina, aunque grave.

– ¿Cuánto vale la noche?

– 50 córdobas- dice la voz sin volverse de su lugar

– ¿Puede enseñárnosla?

– Hmphffff- emite un quejido al tener que levantarse

Nos encontramos ante una señora gruesa, vestida con un pijama o chándal algo sucio. La barriga se le desborda de la cintura. El pelo desgreñado apenas deja ver sus pequeños ojos negros. Nos invita a pasar, sin decir nada. Recoge las llaves de una mesita y se dispone a subir unas escaleras de madera. Ascendemos tras ella, con cuidado de no tropezar con los peldaños. El piso superior es un estrecho corredor de madera vieja pintado de azul chicha. Pasamos apretados entre las paredes siguiendo el trasero de la voluptuosa ama de llaves.

El pasillo hace algunos recodos abruptos en el camino hacia nuestra habitación. El ambiente es angustioso: hace calor, mucho calor. Pareciera que el pasadizo no se hubiese ventilado en años. De una de las puertas escapa un extraño hedor: debe ser el baño. Afortunadamente para mí, pienso, puedo mear en la calle. Mi acompañante, Paula, quien realiza conmigo el viaje hacia Corn Island, no tiene la misma posibilidad. Tras un buen número de giros llegamos a nuestra habitación: es la última del segundo piso. Mejor dicho, la última «bis». El final del corredor es una pared de madera en forma de V hacia adentro con dos puertas que confluyen en el vértice. Dos grandes candados las custodian. Parecieran celdas de aislamiento de cualquier prisión, o algo peor. La de la izquierda son nuestros aposentos.

Traspasamos el inquietante umbral. La habitación es un cuadrado casi perfecto. No es tan pequeña como la imaginaba, pero la atmósfera producida por el aire viciado produce un sofoco que disminuye sus dimensiones. No tiene ventanas, ni una. Sospecho que los habitáculos vecinos tampoco. El techo es del mismo zinc raído que el pasadizo antesala del hospedaje. Tan sólo hay dos muebles: una pequeña mesa de madera, pintada también del extraño color azul, y un viejo camastro con un colchón al que le suenan las entrañas como a un coche roto. Por supuesto, no tiene sábanas. La almohada es mejor ni mirarla. Está algo más oscura de lo deseado.

Por suerte, la afluencia de zancudos, los enormes mosquitos de Nicaragua, es exigua. No sé por qué no me extraña. Qué mosquito iba a poder entrar a un lugar tan cerrado. Miro a Paula con una sonrisa incrédula. Ella me devuelve la misma expresión. La señora se va y nos deja sentados en la cama. Es entonces cuando descubrimos que no estamos solos. Del otro lado de la estrecha pared de madera suena un súbito estruendo, como si un elefante acabase de entrar en la habitación. Un ataque de tos está teniendo lugar en la estancia contigua. Cuál es nuestra sorpresa cuando a los carraspeos les siguen una serie de escupitajos. Tengo que cenar en breve pero… ¡Joder, voy a tener que sacar agallas para hacerlo!

Paula tiene que ir al baño. No debe estar en las mejores condiciones. No tarda mucho en volver. Lo hace con un extraño gesto dibujado en su rostro:

– HÉCTOR, NUNCA, NUNCA ENTRES AHÍ- me dice. No grita. Las mayúsculas son para resaltar su cara desencajada. Puedo ver el terror en sus ojos.

Por una vez,  mi naturaleza curiosa no encuentra deseo de entrar al lugar. El hedor llega hasta la habitación. Sólo vislumbrar el cagadero por la puerta entreabierta del pasillo es suficiente para perder todo el interés en penetrar allí.

-Iré a mear a la calle- pienso.

Tenemos que dormir unas horas. Nos espera un largo viaje hacia Corn Island el día siguiente. El carraspeo y los posteriores escupitajos no dejan de ‘fluir’ desde la habitación de al lado. Al apagar la luz, por supuesto, se intensifican. Por suerte, comienza a caer algo de lluvia sobre la ciudad caribeña. Aunque produce un gran estruendo sobre las láminas de zinc que componen el techo de la habitación, es sin ninguna duda un concierto muchísimo más agradable que la barroca melodía de salivazos y ruidosas sacudidas de la estancia contigua. Gracias al ruido de la tormenta podemos conciliar el sueño en un lugar tan singular. No he podido recordar su nombre. Quizá ni siquiera lo tenga.

La travesía del Río San Juan

El Río San Juan, frontera entre Nicaragua y Costa Rica, es uno de los lugares más apasionantes del país pinolero. Lugar predilecto para el paso de migrantes indocumentados, sus riberas son una muestra de los contrastes entre los dos países. El lugar se ha militarizado con la reciente disputa entre Nicaragua y Costa Rica en La Haya. No había publicado este vídeo reportaje que hice hace cuatro meses en América Indómita, así que ahí va: